miércoles, 20 de octubre de 2010

"WALT WHITMAN EN LA POESÍA CHILENA CONTEMPORÁNEA" POR ANDRÉS MORALES



La poesía de Walt Whitman ha sido asociada frecuentemente con la escrita en Hispanoamérica y, especialmente, con la poesía chilena. Su idea fundacional del mundo, sus esperanzas en el nuevo continente y las promesas que presagian sus tierras y sus pueblos han transformado la figura del poeta norteamericano en un punto de referencia obligado a la hora de establecer un concepto de sociedad basado en el espíritu del llamado “americanismo”. Por otra parte, los estudios literarios referidos a este problema han realizado con frecuencia una relación casi inevitable entre la obra del autor de Hojas de Hierba con la escrita por el chileno Pablo Neruda (con su intento de “refundación” de la realidad y de la historia del nuevo continente). El influjo es claro y marcado: las visiones de mundo se acercan y asemejan indesmentiblemente; la crítica ha dado buenas pruebas sobre esta extraordinaria ligazón. No ocurre lo mismo cuando hablamos de otras figuras en la poesía chilena de este siglo. Poco o nada se ha investigado - o se conoce - de la influencia del poeta norteamericano sobre otros autores nacionales. No es difícil imaginar que su obra fuera lo suficientemente conocida por muchos de los poetas que iniciaron la gran tradición de nuestra poesía (me refiero, fuera de Neruda, a Gabriela Mistral, Pedro Prado, Vicente Huidobro o Pablo de Rokha), pero, insisto, poco o nada se ha dicho en torno a este asunto. Igualmente, ocurre un fenómeno similar con los poetas que continuaron las líneas abiertas por los autores antes señalados: particularmente la generación del 38 y con aquellos que han construido buena parte de nuestra literatura posterior y actual: la generación del 50, del 60, del 80 y hasta las nuevas promociones emergentes.
En estas breves páginas trataré de esbozar con alguna claridad la importancia de la obra whitmaniana en la poesía chilena. Se trata de un filón que ha de dar de sí muchísimo más. Otros habrán de completar el panorama que pretendo configurar.
La ligazón de Whitman con la Mistral, Huidobro y De Rokha es insoslayable. Los tres autores manifiestan su admiración por la obra del poeta norteamericano y, más que eso, registran una lectura y una influencia marcada en importantes sectores de sus obras poéticas. Al parecer, desde los primeros comienzos de todo poeta nacional, la lectura del autor de “Canto a mi mismo” es fundamental. Este fenómeno es claramente identificable hasta en los autores más jóvenes de hoy en día .
En la poesía de Gabriela Mistral es posible rastrear una evidente cercanía entre la concepción de la naturaleza, las lecturas bíblicas, la mirada hacia lo telúrico y, por cierto, el concepto de americanismo que ambos comparten. Los extraordinarios himnos del acápite “América” del su libro Tala (1938) son un claro testimonio de la unión temática que aúna ambas obras. En el poema “Sol de Trópico”, la voluntad de la hablante busca asimilarse o fundirse con el paisaje americano:

“Hazme las sangres y las leches,
y los tuétanos, y los llantos.
Mis sudores y mis heridas
sécame en lomos y en costados.
Y otra vez íntegra incorpórame
a los coros que te danzaron,
los coros mágicos, mecidos
sobre Palenque y Tihuanaco.”

Otro tanto acontece con Poema de Chile (publicado póstumamente en 1967) y que es un recorrido por la patria donde cada piedra, cada árbol, río o montaña dialogan intensamente con la poeta en su intento por abrazar whitmanianamente la tierra que la vio nacer.
El caso de Vicente Huidobro es uno de los más interesantes de toda nuestra poesía. Al poeta de Altazor se le conoce muy bien por su creacionismo y por su necesidad permanente de renovación, cambio y construcción de nuevas formas en poesía, pero se ignora casi por completo todo su período de formación (importantísimo para poder entender el por qué de muchos de sus aportes y de sus rechazos y polémicas). Es justamente en este momento de su producción (inaugurada con Ecos del alma en 1911) cuando el poeta se introduce con pasión en las corrientes literarias al uso en ese entonces: romanticismo (tardío), simbolismo (tardío) y modernismo (tardío). Títulos como Canciones en la noche (1913) o Las pagodas ocultas (1914) son más que evidentes en su rol de tributarios de estas escuelas y movimientos. Pero al mismo tiempo que Huidobro lee y admira a Gustavo Adolfo Bécquer, Paul Verlaine o Rubén Darío, su obra se “empapa” con otras lecturas provenientes del mundo anglosajón. Ralph Waldo Emerson y el propio Walt Whitman son, sin duda, las voces que más lo atraerán. El primero, por sus ensayos en torno a la creación poética y el segundo por su capacidad de desplegar la naturaleza y el mundo como si se tratara de un nuevo creador (idea extremadamente grata a Huidobro) que otorga, a través del lenguaje, una nueva vida a las cosas (recuérdense los versos del “Arte Poética” huidobreana: “Cuanto miren los ojos creado sea”) como si se tratara de un “pequeño dios” que refunda la realidad contemplada de otra manera por los ojos del artista.
El texto que acusa un importante influjo whitmaneano es el poema-libro Adán, publicado en Chile, en 1916 . En él, el poeta recrea el deslumbramiento ante la naturaleza del primer habitante de la tierra. Todo es visto como si se tratase de la inauguración del mundo: el mar, la noche, las montañas, los elementos que rodean al hombre, las circunstancias en que éste se enfrenta a las fuerzas telúricas, etc. Huidobro (el poeta) es ese Adán mítico que con su palabra va poblando el universo, reflejo del hombre y espacio único en concordancia con su característica de ser perteneciente a la creación. Precisamente este diálogo feliz con la naturaleza, esta capacidad de “ser en ella” lo vinculan con las páginas del “Canto a mi mismo”. Una clara muestra de lo afirmado es el siguiente fragmento del acápite “Adán frente al Mar”:

“¡Oh mar, en ti están todas las posibilidades!
Tus aguas están traspasadas de sonoridades
Y tu canto está tan adherido
Y mezclado a ti mismo,
Está contigo tan unificado
Que nadie adivinara
Si tu agua forma el canto
O si tu canto forma el agua”


Sin poseer el hálito épico que Whitman alcanza, Adán de Huidobro es una obra que interesa como testimonio de un autor vinculado con la tradición poética norteamericana y, más que eso, como texto que se conecta con una forma de aprehender el mundo y con una reafirmación del sujeto poético en tanto entidad creadora a través de la palabra.
En Altazor, obra clave del creacionismo, Huidobro realiza una curiosa vinculación con el espíritu “totalizador” (si cabe el término) que Whitman consigue en sus versos. En el “Prefacio” de este extraordinario texto, el poeta ironiza sobre la trascendencia del norteamericano como ser capaz de poseer bajo su mirada al universo completo:

“Aquel que todo lo ha visto, que conoce todos los
secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás ha tenido
una barba blanca como las bellas enfermeras y los
arroyos helados”

Al parecer, el poeta chileno quiere “saldar su deuda” con el gran norteamericano al señalar el fin de una época y el comienzo de otra. La utilización del humor para indicar esta capacidad de aprehenderlo todo - algo quizás un tanto “tópico” en la obra de Whitman - contrasta con la del personaje de Altazor, un protagonista que cae infinitamente, desde el cielo a la tierra, en medio de una sociedad que ha perdido su vocación rural y que se ha transformado en urbana a fuerza de ciudades casi inhabitables y sueños rotos que no hablan precisamente de una relación armónica con la naturaleza.
Otra de las voces fundadoras y, al mismo tiempo, de las más importantes en la poesía chilena de este siglo, es la de Pablo de Rokha. Su obra aún no alcanza el reconocimiento que debiera. A pesar de los esfuerzos de un grupo de críticos nacionales, aunque brillante, reducido , aún no ha recibido la indispensable validación internacional. De igual manera, gran parte de su poesía debe considerarse como uno de los intentos más coherentes por constituir una obra (en el sentido juanramoniano) y, más que eso, como un asedio poético a la realidad que no escapa ni sublima, por el contrario, que construye y mitifica, que retrata y critica.
La relación entre la poesía de Whitman y De Rokha es también fundamental. Si Huidobro abandonará la perspectiva de Adán para avanzar hacia los laberintos del creacionismo y la imagen creada, De Rokha conservará hasta el final la marca producida por la obra del norteamericano. Desde Los gemidos (1922) hasta Acero de Invierno (1961) la impronta whitmaniana se dejará ver de una u otra forma. Tal como señala Fernando Lamberg “…la profunda voz de América, el vigor, la energía, se encuentran en Whitman, y su lectura ha sido una de las más profundas experiencias intelectuales de Pablo de Rokha…” . La visión de Estados Unidos en una de las partes más polémicas de Los Gemidos, “Yanquilandia” (donde una de las figuras rescatadas es precisamente la de Whitman) o esa voluntad permanente por intentar una unión extraordinaria entre lo épico y lo lírico - reflejado en obras tan singulares como la famosa Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile - permiten aseverar con propiedad que se trata no sólo de una lectura influyente, sino de una concepción de mundo, de una búsqueda que traspasa los límites de la admiración poética hacia la contingencia y la misión del artista como testigo de su tiempo . La imagen del “poeta-profeta”, tan acariciada por León Felipe, por ejemplo , se verá claramente trasladada al punto desde donde el hablante rokheano entona su discurso. El sujeto poético es capaz de abarcarlo todo, pero, más que eso, puede “ver” todo. El poeta vidente, el poeta que ve “más allá”, recoge la inquietud, la alegría y el dolor de su pueblo y no sólo lo consuela o lo celebra, sino que lo insta a construir su futuro, a reflexionar en su historia y en su presente, a lograr llevar el timón de su destino.
Una de las obras más estremecedoras de Pablo De Rokha, Canto del macho anciano (1961), donde realiza un balance de su vida y prefigura su propia muerte, puede vincularse, de una forma extraordinaria al “Canto a mi mismo”. Si bien el texto rokheano no se instala desde la misma perspectiva del hablante presente en Whitman, este poema retoma la intención de abarcar la existencia y mirar desde la altura de la experiencia el mundo por el cual se ha transitado y se transita. Un buen ejemplo lo constituyen estos dos fragmentos. El primero del inicio del poema y el segundo del final:

“Fallan las glándulas
y el varón genital intimidado por el yo rabioso se recoge a la
medida abatimiento o atardeciendo
araña la perdida felicidad en los escombros;
el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados;
yo ando lamiendo su ternura
pero ella se diluye en la eternidad”


Indiscutiblemente soy pueblo ardiendo,
entraña de roto y de huaso, y la masa humana me duele, me arde, me ruge
en la médula envejecida como montura de inquilino del Mataquito,
por eso comprendo al proletariado no como pingajo de oportunidades bárbaras,
sino como hijo y padre de esa gran fuerza concreta de todos los pueblos,
que empuja la historia con sudor heroico y terrible
sacando del arcano universal la felicidad del hombre, sacando del andrajo espigas y panales."


El canto de De Rokha va convirtiéndose, a medida que avanza el poema, en un contracanto que adquiere un doloroso tono de desengaño, nostalgia y rabia. La subversión frente a la proposición whitmaniana es evidente. Quizás, el poeta chileno no se plantea esta “modificación tonal” a la cual me refiero, pero es indiscutible que el paralelismo con el texto de Whitman se hace presente en la longitud del verso, el tema tratado y la mirada sobre el mundo, su historia e, incluso, la propia biografía.
Es interesante comprobar que después de estas “voces fundadoras” (Mistral, Huidobro, Neruda y De Rokha), la impronta del poeta norteamericano pareciera desdibujarse. Aunque buena parte de los poetas de las generaciones siguientes leen, sin duda, la obra de éste, no hay un registro claro sobre su influjo en los libros publicados. Tal vez, uno de los pocos que reconoce abiertamente una influencia - dentro de la extraordinaria generación del 38 (o del 42) - es Nicanor Parra. En diversas declaraciones , el antipoeta ha señalado que luego de su primer libro de poemas, Cancionero sin nombre (1937) y como antesala a la verdadera revolución que significó la publicación de sus Poemas y Antipoemas (1954) existe una “etapa whitmaniana” donde el chileno habría estado sumido en una fervorosa lectura del autor de Hojas de Hierba. Período difícil de superar por el peso del influjo y que sólo se franquearía, según Parra, con la lectura de la narrativa de Kafka. Los textos que recogen este momento particular (nunca reeditados posteriormente) se encuentran en la revista “Extremo Sur”, número 1, de diciembre de 1954.
La revisión de otros poetas de esta generación: Gonzalo Rojas, Eduardo Anguita, Jorge Cáceres, Oscar Castro, Braulio Arenas o aquellos integrantes de “La Mandrágora”, curioso grupo surrealista chileno, no entrega mayores proyecciones de la obra del norteamericano .
De forma similar, la generación del ‘50, integrada por poetas de la talla de Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe Arce o Miguel Arteche, pareciera eludir la voz de Whitman al interior de sus poéticas. Las razones son varias y muy atendibles. La gran presencia de la poesía de Neruda (de por si whitmaniana en muchas de sus concepciones), la necesidad de entablar una escritura que se aleja de la naturaleza para dar cuenta del hombre urbano (con la sola excepción de Tellier, aunque éste, en su última obra se sitúe precisamente en la ciudad con la lárica nostalgia del hombre que añora la aldea, el campo y la voz de los elementos) y, también, la irrupción de un discurso social y político que va apropiándose de la poesía, marcan una considerable distancia con la obra de Whitman. El caso de la generación del ‘60 es muy similar. La lucha ideológica, las ineludibles preocupaciones sobre la realidad imperante en Hispanoamérica o una reedición de la vanguardia con la consiguiente inflexión hacia el lenguaje y los formatos textuales, hacen que las temáticas se distancien, una vez más, de la perspectiva del gran poeta estadounidense.
Donde sí reaparece la figura de Whitman es en la llamada generación del ‘80. Aunque aquí también es posible comprobar la intensidad del discurso de corte político o social (por las evidentes circunstancias resultantes del golpe militar en 1973), así como una heterodoxia formal y hasta temática, bastante especial, entre los distintos exponentes de este grupo, la voz del poeta del Norte logra integrarse en el discurso de una de las figuras más interesantes de esta promoción.
Con claras influencias de la Biblia, Dante Alighieri, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y otras voces de la tradición europea e hispanoamericana, la poesía de Raúl Zurita aparece como heredera de la intención de Whitman por fundar, a través de la palabra, el mundo que ama e interpreta. Sus dos primeras obras Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982) son tributarias de esa necesidad del poeta por integrarse al paisaje, hablar de él y hasta por él. Las condiciones políticas de esos durísimos años de dictadura otorgan a la palabra de Zurita una fuerza profética donde el hablante se vincula con Whitman en la capacidad por articular un discurso que representa la voz de aquellos que, sin importar su origen o extracción, quedan retratados en el texto poético que apela desde las particularidades de un yo hacia el dolor colectivo de un nosotros.
Las obras posteriores de Zurita pueden ser, igualmente, conectadas con la visión whitmaniana; tanto El amor de Chile (1987) como La vida nueva (1993) comparten una raigambre telúrica donde la naturaleza y los pueblos aborígenes vuelven a ser protagonistas indiscutibles del canto del poeta. El poema “Las nuevas tribus” de La vida nueva es un ejemplo paradigmático:


“Por eso brillan las ciudades flotando y mis ojos
ven las enormes constelaciones abrirse porque
así se transfiguran los torrentes reuniendo
sus aguas. Tú asciendes por las aguas y es la
marcha de los antiguos glaciares en que fuimos
hallados, las largas emigraciones, el caudal de
tus padres y de mis padres juntándose otra vez
en nosotros.

Bien tu estás allí y es como decir que el pueblo
que vive en ti ha estado, que la tribu que habla
en ti ha estado y que mi amor es una tribu y un
pueblo.”

De la reciente promoción de los 90 aún no es posible dar un testimonio que pueda ser considerado como cierto. Fácil sería aventurar juicios que despacharan rápidamente el influjo o la no influencia de la voz de Whitman. Lo que no puede desconocerse es la inconmensurable atracción que ejerce la obra de este autor. La experiencia de lectura de la gran mayoría de los jóvenes poetas siempre apunta a “Canto a mi mismo” o a los poemas de “Calamus” .
Independientemente de las particularidades de cada uno de los exponentes de la extraordinaria poesía escrita, en esta parte del mundo durante el siglo XX, la voz de Whitman ha sido y es una de las claves para entender el desarrollo de esta tradición. Negar la fuerza, el sentido o la libertad que provoca su verso es negar la historia de una buena parte de las búsquedas y hallazgos de la poesía en Chile.


Santiago de Chile, marzo - julio de 1999
































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