miércoles, 20 de octubre de 2010

"LA POESÍA DE ALEJANDRA BASUALTO" POR ANDRÉS MORALES



                                      Hace treinta años conocí la poesía de Alejandra Basualto. Eran los años extraordinariamente productivos y difíciles que se vivían en Chile y en el Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación (hoy Filosofía y Humanidades) de la Universidad de Chile. Junto a otros poetas y escritores de primer orden como Rodrigo Lira, Mauricio Electorat, Bárbara Délano, Armando Rubio Huidobro, Lilian Elphick, Juan Ignacio Siles (de Bolivia), Gregory Cohen, Francisco Zañartu, Margarita Niemayer, Roberto Rivera, Roberto Brodsky y tantos otros, privilegiados exponentes de, en ese entonces, la naciente “Generación de los Ochenta” o, también llamada “Generación N.N.”[1], o Generación de 1987, Basualto destacó con su obra muy tempranamente. Su experiencia literaria se remontaba  a la primera promoción de escritores del “Taller Nueve de Poesía”, dirigido por el gran poeta, ensayista y escritor, Premio Nacional de Literatura, Miguel Arteche. Allí, junto a Luisa Eguiluz, Mario Rodríguez, Violeta Camurati, Ivonne Grimal, Gémina Ahumada y otros muchos más[2] experimentó jornadas duras pero fundamentales para encontrar y utilizar las herramientas esenciales del complicadísimo arte de la poesía. Arteche dirigía con imprescindible rigor y, a veces, con generosidad, las sesiones donde no sólo nos formó como poetas -jamás discípulos, según sus propias palabras- sino también como avezados críticos. Nada de concesiones, nada gratuito, nada superfluo. Este encuentro inicial con su obra, me hicieron sorprenderme desde un primer instante con la extraordinaria imaginación, la dulzura contenida aunque intensa, la mirada inquisidora y la solidez absoluta de la palabra de Alejandra Basualto. Ojalá hoy, y lo digo sin tapujos, pudiésemos tener una “máquina del tiempo” para poder apreciar cuánto trabajo hubo y hay en la obra de esta poeta. Ojalá, insisto, tuviesen, muchas autoras y autores, la mitad de la perseverancia, del talento y del oficio de quien hablamos hoy.
                            Pero no todo fue mérito del sacrificio o de las enseñanzas del maestro (o, en lunfardo, “troesma”) Miguel Arteche. Alejandra Basualto supo volar sola y con gran, pero gran, autonomía de vuelo. Supo finalizar etapas, construir su propio imaginario, hacer como una “maga” que la palabra fuera una llave, una puerta, un océano de referencias, estímulos, emociones y de profundo pensamiento. Su poesía fue creciendo en intensidad, agrandándose en hondura y perfección. A tal punto me parece una tan notable evolución que, hoy, cualquier antología de la poesía chilena debe incluir su producción o de lo contrario estuvo, está o estará incompleta. Y aquí, una breve reflexión: me parece, y lo digo sin el entusiasmo desmesurado del amigo, del colega o de lo que sea, que su obra merece un reconocimiento mayor no sólo dentro de lo que se ha llamado “la poesía femenina”[3], sino, en todo este vasto universo, estrecho pero intenso, que es la poesía chilena. A tal punto es esencial su producción literaria que Basualto ha formado lectores, poetas y narradores (ella misma es una importante narradora) a la luz de su obra publicada, que ya suma muchos e imprescindibles libros, como también al alero del taller de escritura “La Trastienda” que ella fundase hace ya años y que posee, incluso, su propio sello editorial. En este sentido, tanto su poesía como su prosa han conformado un crisol que ha ido forjando nuevas generaciones y que ha mantenido, con entusiasmo y gran profesionalismo, el fuego prometeico de la verdadera creación literaria: no aquella que hace guiños al público o a la academia (léase universidades) para sumar adeptos; no la que se forja en la página de sociales de los periódicos o en alguno que otro infame suplemento literario o revistilla o, peor, en esas cátedras y camarillas herméticas que consagran y desautorizan sin ninguna seriedad y que conocen nada o sólo de forma parcial lo que es auténticamente el género poético.
                                      Pero vamos a la obra. Desde su inicial y precoz Los ecos del sol de 1970, Alejandra Basualto, como he dicho, ha ido construyendo, de puntillas, una obra poética consistente. Si bien estos primeros poemas más que concretar, “anuncian” a la poeta que está por venir, hay textos (que se antologan aquí) que merecen toda la atención del lector. Nos hablan del futuro de esta escritura, sí, pero también nos hablan por sí mismos. “Tu puerta”, texto central en este poemario es una muestra de lo que afirmo, asentando desde un comienzo la conciencia de la propiedad de una “voz”:

(…)
“Y yo,
desde el amanecer,
arrastrando mi carga de estrellas
me allegué a tu puerta
y llamé
desde el fondo de mi voz”
(…)
                                     
                                      Ejercicio en sol (Antología del Taller Nueve de Poesía, 1980) reúne los poemas que la autora trabajó en el ya mencionado taller de Miguel Arteche. La, digamos, “gracia” de este libro es que cada autor posee su propio estilo. El director del taller nunca quiso que sus integrantes fueran “acólitos” o seguidores de la escritura de quien, más que señalar, descubría las distintas voces que se encumbraban poco a poco con todos sus defectos y sus virtudes. La poeta, en esta selección, demuestra que ya posee el oficio, pero más que eso, que es capaz de adentrarse y ver lo que otros no ven. Es el primer amanecer de la madurez en el arte poética, donde se encuentran objetos, situaciones o personas que transmiten experiencias, historias o símbolos y donde se conmueve al lector que también “encuentra” estos asuntos o cosas como si nunca las hubiese conocido. Los poemas “1954”, “Ella duerme” o “La gota” bien pueden representar lo que afirmo.
                                               En 1983 ve la luz, bajo el sello del Taller Nueve, El agua que me cerca, segundo libro de la autora que, en más de una ocasión, ella misma afirma que reconoce como su primer libro (olvidando sus Ecos del Sol). En este poemario Alejandra Basualto emerge como la gran poeta que es. Es un libro decantado, limpio, finísimo, pleno de referencias y de resonancias, pero, fundamentalmente, es el libro que la consagra en esa mirada única que hace transmutar, transformar y rehacer las cosas que ven esos ojos tan particulares de la autora. Aquí se puede hablar con toda propiedad de una voz indispensable, como he repetido varias veces, en la poesía chilena. Una poeta “de tomo y lomo” que logra, misteriosamente, extender en la palabra un abrazo conmovedor e inteligente hacia el desocupado lector. Léanse “Guayacán”, “Lluvia”, “Fantasmas de Nueva Inglaterra”, “Orestes”, “Electra” y tantos otros poemas:

(…)
“Es tarde, madre
Hoy me ha parido la tierra”
(…)

                                               Dice la autora en el ya mencionado “Orestes”. “La ha parido la tierra”… ¿qué otra señal se necesita para entender su conexión con el mundo? Alejandra Basualto está cercada por el agua, como una isla en medio del Océano Pacífico, pero es tierra, es de tierra, de la tierra. Su poesía, sin caer en la moda de los coloquialismos baratos “aprés la lecture de Nicanor Parra” es tan natural, espontánea y libre como es el espíritu de quien tiene los pies en la tierra y la cabeza en el cielo… Con todo lo extraño que esto pueda sonar, pero es la “pura verdad”. Todo gran poeta posee esa imaginación que desborda y construye, pero todo gran poeta es testigo y crítico de su tiempo. Alejandra lo es desde su obra que se fundamenta en las palabras que la constituyen y no en los halagos vacíos de una crítica que poco ha dicho, en general, de la generación de los ochenta y de la poesía chilena de los últimos cuarenta años.
                                      En la década de los ochenta se suceden diversas antologías (1984, 1987, etc.) que recogen la obra de la autora. Aquí, Basualto continúa su firme andadura. En estas compilaciones la poeta aprovecha de publicar textos nuevos (hay que recordar las grandes dificultades para publicar poesía en esos años de la dictadura[4]) y desenvuelve nuevos temas y preocupaciones. Dos temas se profundizan en los poemas de esta época: por un lado, el “viaje interior”, el recorrido que cuestiona el propio ser y que, ansioso, busca respuestas a las grandes preguntas de todos los tiempos; por otro lado, la conciencia del ser femenino, pero no en un combate estéril en la consabida “guerra de los sexos”, sino el descubrimiento de la diferencia de perspectiva que se asienta en el mundo de una manera distinta. Si bien, Basualto escribe algunos poemas desde lo que se ha llamado el “género”, esta es sólo una etapa para consolidar la universalidad de su voz.
                                      El año 1993 es la fecha de aparición de su tercer volumen de poemas, Las malamadas. La mirada crítica se aúna con la madurez del espíritu. Los poemas nos hablan, desde el título, de una franca desilusión de todos aquellos fetiches o concepciones clisés de la vida y la literatura. Hay un dejo de amargura, pero siempre combinado con una dosis de desmitificación e ironía que eleva el canto y lo aleja del gemido y del llanto. Se toma conciencia de todo y se ve al mundo desde múltiples caleidoscopios que deforman intencionalmente la realidad. La autoironía, también, es un elemento central, como queda en evidencia en este excelente poema:

Acúsome
de intolerancia
en materia de mal de amores
y que no vengan después a hablarme
de altos o bajos umbrales
de dolores

Acúsome
de inconsciencia e incongruencia
pero no puedo
dejar
de respirar
la contaminada niebla tuya
que me verduga


                                               Por otra parte, este libro juega con la gráfica, se abre, se despliega, dibuja con la “mancha” del poema. La autora experimenta en el tono y en la apariencia del poema, pero siempre con el cuidado de la orfebre que sabe perfectamente lo que hace.
                            Altovalsol, editado en 1996, nos lleva al pueblo del Valle del Elqui donde la autora pasó años de su infancia (a la que le desea “descanse en paz”). Habla la mujer vestida de niña, habla la niña vestida de mujer. El lenguaje se aclara y resbala en los años mozos y en la noria del recuerdo. Es el “tiempo recobrado”, al decir de Marcel Proust… Basualto trabaja con la memoria dando vuelta, muchas veces, la aparente dulzura hacia un discurso agraz con la clara idea que todo aquello no volverá y, en varias ocasiones, es mejor que sea así. En otros momentos, la aparición de la poesía es clave, como en el poema “XVII” en un recuerdo de la premonición de aquellos años idos:

(…)
“La pluma y la tinta luego
para escribir palabras
azules
redondas
flamantes

de par en par”

                                      Palabras escritas “de par en par”, como ventanas que se abren a mundos insospechados. La poesía ha habitado en Alejandra desde los días en que aún no imaginaba sería poeta.
                                      El año 2000, Basualto renueva su escritura con Casa de citas, libro que aquí se entrega en versión bilingüe. Este es, quizás, el libro más “metapoético” de la autora. Como dice en su “Invitación”, la poeta ha habitado muchas casas que han sido fundamentales en su vida, pero aquí, estas casas son también la multiplicidad de autores que ha leído y que le han acompañado a lo largo de su trayectoria literaria. Desde William Blake hasta Juan Carlos Onetti, desde Blanca Varela a Dylan Thomas… No se trata de un “ejercicio cultista” como alguno pensaría, sino de entender, al decir de Jorge Luis Borges, que la poesía es un entramado, un tejido o un palimpsesto donde siempre hay un origen y una continuidad. La poeta se inserta en la tradición para sacar de ella lo que le interesa. Utiliza esta cantera como elemento vital de su propia escritura: juega, coquetea, reflexiona sobre lo que otros han escrito para construir su propio discurso. Este poemario es probablemente uno de los más interesantes para conocer el “lado oscuro” de su poesía, para asumir de dónde viene Alejandra Basualto y hacia dónde se dirige. En el poema “Babel”, hay claves importantes:

(…)
“pero Babel nos tuerce las palabras
nos vuelve extranjeros de por vida.”


                                      La autora se siente extranjera (como Gabriela Mistral a quién menciona con frecuencia), pero esa “extranjería” es “de por vida” y Babel (el mundo, la realidad, la vida) “nos tuerce las palabras”. El lenguaje no es suficiente, no basta para contener ni a la experiencia ni a la poesía. El ejercicio maravilloso de la escritura puede ser, a veces, tremendamente insatisfactorio. El “canon” que presenta este libro en particular es el canon de Basualto. El despliegue del decir hace el resto: lo hila y lo condensa en apretada síntesis donde el objeto cantado (la escritura o la existencia) es el centro articulador del poema.
                                      En su última obra, en su poesía inédita es posible constatar no sólo la continuidad de un oficio o de un arte que ya es un elemento irrenunciable en la vida de la autora, sino, esencialmente, la búsqueda de nuevas vías para expresar su verbo. Desde los “ejercicios” sobre la base de poemas de Pablo Neruda, por ejemplo, a textos como “El ángel” (¡qué extraordinario poema!) donde se alternan el texto largo y el texto breve, el descriptivo impresionista y el cargado de sentidos, ideas y emociones que, en ocasiones, colindan también con la rabia, el “descreimiento” y esa fuerte crítica al mundo a la que me he referido repetidas veces:

Toma de mi leche dijo el ángel
y yo, que no sabía dónde estaba  
lo miré
y lo seguí mirando
con la perplejidad de los recién nacidos.
(…)
Soy yo, dijo el ángel, ¿no me reconoces?
y perdida en la locura,
no pude responder, solo miraba
(…)
Y entonces comprendí
que era un fantasma del pasado
una voz huera que intruseaba
en el temido recordar de los ancianos
sola sombra de los huesos porvenir.


                                      La poeta avizora su vejez, pero incluso en ésta no se encuentra una esperanza firme. La existencia no es capaz de proporcionarle bálsamo alguno, tampoco el ángel, un ángel, símbolo de la buena nueva, de la justicia, de la revelación, de un porvenir mejor… Por el contrario, este ser celeste evoca el recuerdo, el pasado, lo hurga para adelantarle la soledad y la sombra de los huesos que constituyen todo futuro posible. Poema duro, terrible, que nos habla de una desmitificación hasta de lo religioso y donde la respiración de agota frente al silencio del mundo actual y del otro mundo.
                                      Finalmente, quiero reiterar lo que dije más arriba: la poesía de Alejandra Basualto es una pieza central en la literatura escrita en Chile dentro de su generación y fuera de la misma. No me equivoco al demandar que su obra sea más difundida, más leída, más discutida (como tiene que hacerse con la producción de los grandes poetas). Quede el lector avisado: Basualto siempre va por más, y su caza, como la de la diosa Diana, es siempre provechosa.


                                                                 
Santiago, julio de 2010




[1] Denominación acuñada por el poeta Aristóteles España. Aunque en rigor estricto, según el criterio generacional que se basa en la fecha de nacimiento, Alejandra Basualto pertenece a la generación anterior (Generación de 1972), su obra y su presencia literaria está asociada indiscutiblemente con la Generación de los Ochenta, de allí que, me parece, debe considerarse como una exponente de esta última promoción.

[2] Es menester señalar a tantos otros interesantes poetas y narradores que luego irían engrosando las filas de este taller como Gloria Aguirre, Hernán Baeza, Rosanna Byrne, Inge Corssen, Andrés Covarrubias, Enrique Gray, Ana María Güiraldes, Carmen Izquierdo, Vilma Orrego, Dixiana Rivera, Eliana Vásquez, Andrés Morales o Alejandra Villarroel.

[3] Y aquí, con todos los perdones o con ninguno, me parece mezquino separar la obra poética de una mujer en una categoría especial… La poesía chilena es una sola, con hombres y mujeres, con miradas diferentes entre y dentro de todos los sexos posibles.

[4] Asunto que, en muchos sentidos no ha mejorado sustancialmente hasta el día de hoy.


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