“El Verbo Encarnado, nunca ha reído.
A los ojos de Aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe.
Y, sin embargo, el Verbo encarnado ha conocido la cólera, ha conocido
incluso el llanto”
Baudelaire
Baudelaire
Una
polémica sobre la autoría de unos versos de Jorge Luis Borges enfrento a un
poeta, Harold Alvarado Tenorio, que afirmaba que los textos son apócrifos y se
proclamaba autor de la parodia literaria, y a Héctor Abad Facio lince,
prosista, quien señaló que los poemas eran de Borges y publicó en un periódico
local el copioso fruto de sus juiciosas averiguaciones, a lo cual, orgulloso
por la tarea cumplida, añadió: “en el momento en que los sonetos sean
reconocidos como auténticos de Borges, estos pasarán a formar parte, por
supuesto, del patrimonio de la señora Kodama, de la literatura argentina, y de
la humanidad.”
Pero
la polémica hizo más que eso… Abad usó la primera línea de uno de los sonetos
para titular su libro El
olvido que seremos, sobre su padre, un médico que el día en que fue
asesinado por los paramilitares tenía una copia manuscrita del poema en su
bolsillo. Luego de que Abad socializó sus formulaciones, el soneto y su obra se
acercan cada día más a la sombra sacra de Borges y se alejan de la estela
tumultuosa de Alvarado Tenorio. Y es una lástima: Alvarado no escribe novelones
como los de Abad pero sí es un personaje novelesco. Resulta paradójico que
alguien que respira y transpira literatura no sea reconocido como la figura que
es y en cambio sea rotulado (de afán y como con pinzas) de envidioso blasfemo.
Alvarado
opuso resistencia y continuó sumándole capítulos a la novela del hijo de la
víctima: en uno de ellos el padre de Abad forma parte de una reunión bohemia en
la Bogotá de los ochenta y ahí, en medio de la masculina algarabía, Alvarado le
facilita los poemas apócrifos; en otra escena, años después, el sicario que
asesina a Abad padre le roba plata de la billetera y a cambio le deja un poema
que le dio el jefe paramilitar que le encargó el trabajo, no sin antes decir: “el olvido que serás, abuelo".
Estos recursos de reposición literaria que van de la picaresca a la sicaresca
fueron ampliamente refutados no solo por Abad sino por otros literatos que han
visto en ellos un eslabón más de una larga cadena de injurias: se quejan de un
escritor que “lleva años
malgastando sus horas productivas en atacar a todo colega suyo” y que “publica cada tanto engendros
poéticos o pastiches en prosa que jamás hemos escrito, atreviéndose a firmarlos
con nuestros nombres”.
Alvarado
es un lector temerario, usa técnicas como el anacronismo deliberado y las
atribuciones erróneas para agitar la calma chicha de la pecera literaria, sus
intervenciones distorsionan el canto solemne y mediático de esas dos sirenas
llamadas Historia y Cultura. Resultó que la crítica, que se les da tan bien a
los artistas, tiene límites: cuando se trata de ellos mismos; muchos ven como
algo inmoral y reprobable que un artista como Alvarado se parrandee la
inmunidad gremial y use literatos y obras literarias ajenas como materia prima
para hacer lo propio: criticar.
Algo se ha discutido sobre las polémicas literarias
despertadas por el obrar crítico de Alvarado. Una de las más recordadas tuvo
lugar en la radio[http://www.wradio.com.co/nota.aspx?id=860562]
en una larga discusión moderada por Alberto Casas Santamaría, Julito y Félix,
los tres chiflados de la emisora La W. El diálogo comenzó por enfrentar a los
directores de las revistas que en Colombia se pelean la pauta cultural.
Marianne Ponsford, directora de Arcadia, fue
interpelada por Mario Jursich, director de El Malpensante, que libreto en mano,
recitó partes de su texto “De las proporciones”
[http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1241],
publicado a tres páginas en su revista como respuesta a un texto sobre Alvarado
impreso a doble página en Arcadia. [http://www.revistaarcadia.com/ediciones/46/personaje.html]
Cuando la discusión tomó otros rumbos, Jursich improvisó, trastabilló un poco,
hizo el intento de no salirse del libreto y repitió argumentos irrefutables en
términos éticos pero, ante la sátira, poco convincentes; porque en las
parrafadas de Alvarado queda expuesta una comedia humana que se nutre de la
imagen del intelectual y su relación, a veces patética, con el poder; en sus
libelos Alvarado no hace crítica literaria convencional, lo suyo no concede, es
crítica cínica (si se quiere), caricatura (si es preciso), algo que
naturalmente es despreciado por cualquiera que tenga ínfulas de institución,
quiera perpetuarse, cuide su “imagen institucional” y, sobre todo, no sepa
reír. Tal vez por eso, cuando el comentarista de radio apodado Julito le pasó
el micrófono a Piedad Bonnet, las réplicas de la literata fueron un eco opaco
de lo dicho por Jursich, un sonsonete gremial que incluso amenazó con demandas
por calumnia, un quejido lacónico que la risa de la sátira opacó. "Hacer
objeciones a la sátira es lo mismo que enfrentar los valores de la leña a la
infalibilidad del fuego", decía el escritor Karl Kraus.
Pero en esta discusión verbal hay un aspecto que no
se ha tenido en cuenta: la imagen. Alvarado acompaña el envío de sus diatribas,
que distribuye a través de una amplia lista de correo electrónico, con imágenes
de los intelectuales que cuestiona, a veces les suma uno que otro texto, pero
rara vez interviene la pose o la situación en “Photoshop”. ¿Y de dónde salen
estas fotos? Son imágenes que los mismos parodiados entregan a los medios en
actos públicos, premiaciones y cócteles o incluso abriendo las puertas de su
propia intimidad. Y claro, como narcisos paranoicos se han escandalizado ante
su propio reflejo, niegan la sátira y lanzan la discusión al terreno ético, a
la motivaciones malsanas y delirios confabulatorios de un supuesto fracasado y
perdedor, a sus defectos de redacción y un soso etcétera… Pero las imágenes
siguen ahí, son una “auto sátira” involuntaria donde el verbo sobra; el
caricaturizado que pretende negarle al caricaturista el derecho que le asiste
de usar caras, gestos y anécdotas, se convierte inevitablemente en una
caricatura más, el criticado que invoca la falta de elegancia en la crítica no
se da cuenta de que su queja lastimera es lo menos elegante de toda la
situación.
“A menudo uno se ríe leyendo estos
improperios porque la maledicencia, cuando cae en la cabeza de otro, da siempre
risa; es cuando cae en la de uno que duele”, decía Jursich en De las proporciones, un
artículo suyo en El
Malpensante. Y la desproporción consistía en que Alvarado emitió un correo
virtual con un poema de Jursich, editada la primera línea y la puntuación, y no
varió mucho lo que decía pero los puntillosos retoques del satirista hicieron
pasar al editor de cazador a cazado. Pero el correo no llegaba solo, se abría
con una imagen:“Retrato de una pareja de
editores”, [http://www.elespectador.com/impreso/literatura/articuloimpreso129582-retrato-de-una-pareja-de-editores]
una pose hogareña que acompañaba un texto de Héctor Abad, publicado en El
Espectador, donde “Mario” y “Pilar” cuentan cómo se conocieron y despachan
frases biempensantes sobre el arte de editar.
“La vida, la mísera vida, verosímil y sin
interés, reproduce las maravillas del arte” dice Oscar Wilde en “La decadencia de la mentira”.
Alvarado con sus narraciones ilustradas da un aire de arte a los penosos
malabares de la vida social de los intelectuales y su sátira quizá no la motiva
el odio, al contrario, podría ser más un acto de amor sin compasión hacia sus personajes.
Es posible que a Alvarado nunca se le reconozca un lugar como poeta en la
historia nacional, dirán que su escasa fortuna lírica fue dilapidada en la
impostura, falsificación y burla de sus contemporáneos, cosa que nunca
practicaron genios como Cervantes, Borges, Dante, Joyce, Conrado Nalé Roxlo o
Gilbert Keith Chesterton; tal vez solo merezca ser parte de un breve pie de
cita que nombre a todos aquellos que como él fatigaron la infamia: Vargas Vila,
Barba Jacob, Fernando Vallejo, Álvarez Gardeazabal, Ignacio Escobar Urdaneta de
Brigard, Errico Malatesta…
Algunos
de estos agentes sicóticos quizá sufran de “literatosis”, un mal definido por
Juan Carlos Onetti como “enfermedad en la que caen siempre los aspirantes a
escritores y los emocionados artistas jóvenes de pueblo… es como convertir la
literatura en nuestra propia religión, en nuestro absolutismo y martirio,
tendiendo a preferir en nuestras lecturas a escritores ‘más obviamente
literarios’, y convirtiendo este oficio en un destino propio” Pero la edad y el recorrido de
Alvarado indican algo más severo, un mal como el sufrido por Enrique Vila-Matas
que dedicó todo un libro a su insania: “he
escrito sobre alguien que está obsesionado por la literatura, sobre alguien que
está enfermo de los libros, como el Quijote. Sin duda he escrito sobre este mal
(el de Montano, así lo llamo yo) para intentar quitarme de encima mi obsesión
exagerada por los libros”. Vila-Matas
muestra cómo ese mal pensante abisma al paciente en la literatura, lo aleja de
lo real:
“la
literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser pero
también de lo que pudo haber sido. No hay nada a veces más alejado de la
realidad que la literatura, que nos está recordando a todo momento que la vida
es así y el mundo ha sido organizado asá, pero podría ser de otra forma. No hay
nada más subversivo que ella, que se ocupa de devolvernos a la verdadera vida
al exponer lo que la vida real y la Historia sofocan.”
En
el caso de Alvarado, su diagnóstico nunca fue reservado: su gula literaria lo
llevó a la obesidad literaria y mientras eso sucedía los miembros activos de la
beatería intelectual soportaron con zozobra los embates de la prolija
bellaquería de este insigne caballero de la injuria. Luego, intentaron
asesinarlo por orden de un tenebroso paraco apodado Jonás, lugarteniente de El pájaro, luego de expulsarlo de una parcela
que tenía en un pueblito cundinamarqués. El
Caballero de la Injuria se
había retirado a estas montañas bucólicas porque aquí podía oír mejor el sirirí
de los pájaros que le servían de diapasón para escribir algunas de sus
diatribas contra las élites cosmopolitas que imaginaba apoltronadas a unos
pocos cientos de kilómetros de distancia.
Lo que sigue es un conjunto de eso, sus mejores
textos, y que no cunda el pánico, las víctimas que deja este libro no deben
temer a la verdad, Alvarado nunca pretendió seguir ese camino: lo único que él
siempre dijo fue media verdad o verdad y media.
“Y vosotros, rosal florecido,
lebreles sin amo, luceros, crepúsculos,
escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido!
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
y voy al olvido...”
lebreles sin amo, luceros, crepúsculos,
escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido!
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
y voy al olvido...”
“Elegía de septiembre”
Porfirio Barba Jacob
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